La caída de un ángel
El día en que él me
dejó, se había convertido en el peor de mi vida; me encontraba en el suelo de
lo que había sido nuestro nidito de amor, llorando como si me hubieran
arrancado una parte de mi pecho, ¡nunca había sido capaz de llorar tanto!
Estaba sentada en el
suelo junto a la puerta, esperando que en cualquier momento entrara y me dijera
que todo lo que había dicho era mentira, que todas las cosas horribles que
habían pronunciado sus hermosos labios no eran verdad... pero no sucedió. Perdí
el sentido del tiempo y cuando menos pensé ya estaba tirada en el suelo
llorando un mar de lágrimas que formaron una mancha en la alfombra blanca
perfecta del departamento, el que había comprado para él y para mí, para estar
juntos. Estaba tan cansada de llorar que no me di cuenta de cuando me quedé
dormida en el suelo.
Antes de perder la
batalla contra mis ojos del cual yo quería que permanecieran abiertos, mi mente
me decía una y otra vez... "No va a volver", pero yo me negaba a eso,
así que cuando mis ojos ganaron, perdí la razón, que sería por mucho
tiempo.
No sé cómo fue que
llegué a la cama de mi habitación, como tampoco sabría qué había pasado durante
una semana. Desperté sin comprender que estaba haciendo en mi cuarto, si lo
único que recordaba era que estaba llorando en el suelo de mi nidito de amor,
que me había quedado dormida y lo más importante de todo... que él me había
dejado.
Sentada en mi cama
observando mí alrededor aún extrañada, escuché que se abrió la puerta y vi
entrar a Carlos, quien al verme puso una gran sonrisa y se sentó a un lado de
mí.
- ¡Vaya! Parece que
has vuelto - dijo colocando la charola que contenía comida delante de él en la
cama.
-Sí, eso creo - dije
sin mirarlo, todavía observando las cuatro paredes de mi habitación.
- ¡Qué bueno! Tus
padres estaban muy asustados - decía mientras me miraba fijamente, pero no le
hice caso a lo que acababa de decir.
- ¿Cómo fue
que llegué aquí? - pregunté sin dejar de ver a mi alrededor, tratando de
recordar algo que contestara mi pregunta.
Él suspiró por un
momento y sin muchas ganas me respondió.
- Yo te traje.
Por primera vez
voltee a verlo confundida.
- Pero ¿cómo supiste
dónde estaba? - le pregunté tratando de recordar algo.
- Llamaste a Linda,
no sé cómo, pero estabas como ida, como en un estado de shock; ella se preocupó
por la forma en que hablabas - luego volteó hacia sus manos - Lo único que
decías es que... - se quedó callado, por su reacción sabía que era algo que no
quería decir - Fue que él se había ido, lo repetías muchas veces - me miró -
Así que me llamó y fuimos para allá...
- Pero ¿cómo sabían
a dónde ir? - lo interrumpí desconcertada ya que no recordaba haberle dicho a
nadie la dirección de mi nidito de amor.
- Un día yo te seguí
- respondió y cuando estaba a punto de reclamarle, él alzó la mano en señal de
que lo dejara continuar - Fue para saber dónde localizarte por si pasaba algo,
y no me equivoqué - dijo mirándome esperando que lo regañara, pero no podía
hacerlo, de hecho, se lo agradecía ya que si no me hubiera seguido no habría
sabido donde encontrarme y yo todavía seguiría en aquel lugar no sé en qué
estado.
Cuando vio que no
iba a agregar algo, continuó:
- Cuando Linda y yo
llegamos te encontramos en el suelo dormida, sabíamos que acababa de pasar algo
muy malo y que estuviste llorando hasta que te dormiste porque tus ojos estaban
hinchados, así que como pudimos te cargamos hasta la cama y te dejamos dormir.
Tuvimos que quedarnos en ese lugar hasta que despertaras ya que no podíamos
traerte a tu casa para no romper la mentira de que te habías quedado a dormir
en casa de tu amiga imaginaria.
Después hizo una
pausa como dando a entender que lo peor estaba por venir, cuando pudo reponerse
volteo hacia la cama, estaba evitando verme.
- Cuando despertaste
nos dimos cuenta de que te encontrabas peor de lo que creíamos - cerró los ojos
como tratando de recordar todos los detalles - Sabíamos que te hallabas
despierta porque tenías los ojos abiertos pero tratamos de hacer que hablaras,
que nos dieras señas de vida a parte de tu respiración y de tus latidos del
corazón pero no nos respondías, no hacías más que estar sentada en la cama
mirando al vacío, sin moverte como si fueras una estatua - decía viéndome
fijamente desesperado - Pero no respondías a nada, así que esperamos, pasaron
las horas y seguías igual, hasta que decidimos llevarte al hospital, pero antes
tuvimos que inventar una historia que fuera lo suficientemente convincente para
que estuvieras en ese estado.
- ¿Qué fue lo que
dijeron? - le pregunté tratando de imaginar una historia que explicara la
situación en la que estaba, pero no pude.
- Dijimos que
Martha, tu amiga imaginaria, se había suicidado, que la encontraste en su
habitación ya sin vida, que nos llamaste, pero estabas en shock y cuando
llegamos te encontramos de esa forma.
- ¿Y cómo se supone
que se suicidó?
- Se ahorco - dijo
asustado por la historia que habían inventado - No sabes lo mucho que nos costó
a Linda y a mí convencer a tus padres que no trataran de hablar con la familia
de Martha - luego esbozó una sonrisa contento por su resultado - Les
tuvimos que decir que ellos estaban muy mal, que lamentaban lo que te había
pasado pero que no querían hablar con nadie y después de muchos intentos los
convencimos y no los volvieron a buscar. Tu familia estaba muy preocupada - de
repente se borró la sonrisa y apareció su cara de preocupación - Ya no sabían
qué hacer, y no era para menos, ¡duraste así una semana!
- ¡Una semana! - me
sorprendí. Había pasado una semana desde aquel día trágico que marcaría mi vida
y no recordaba absolutamente nada, ¿cómo podría ser eso real?
Ante mi desconcierto
que se leía fácilmente en mi cara, él se apresuró a responder mis preguntas que
todavía no formulaba.
- Durante una semana
estabas como ida, como si no te importara lo que pasara a tu alrededor, como piedra,
como... zombi - dijo asustado.
¡Como zombi! ¿Cómo
era eso posible?
- Y, ¿cómo es estar
zombi? - pregunté confundida.
- Zombi, porque no estabas
muerta, sabíamos que respirabas y que tu corazón seguía latiendo, pero no
estabas viva pues no reaccionabas a nada - contestó muy preocupado.
Por un momento me
puse a imaginarme como era, la preocupación de mis padres y hermanos al
ver que no hacía nada. Carlos leyó mi reacción y acercó la charola hacia mí,
con una sonrisa me dijo:
- Lo bueno es que ya
estás bien, eso es lo único que importa - me tendió la charola en mis piernas -
Así que come porque, aunque sea increíble, no has comido nada por una semana y
has de sentirte muy débil, mientras voy a bajo a dar la gran noticia - dijo
mientras se paraba, se dirigió a la puerta, luego se detuvo y volteó a verme -
No tardo - y se escuchó que la puerta se cerró.
Me encontraba
todavía sentada en mi cama entrelazando todo lo que había escuchado con lo que
recordaba... aquello que no quería recordar, él gritándome, yo llorando,
arrodillándome, suplicándole que no me dejara, jaloneándonos porque no quería
que se fuera, y él tratando de soltarse, hasta que por fin lo logró y detrás de
él, el cerrar de la puerta.
Abrí los ojos, pues
no me había dado cuenta de que lo había hecho, traté de bloquear las imágenes
que acababa de recordar, cuando lo hice seguía en mi cabeza las palabras que
acompañaban a éstas... "maldigo la hora en que te conocí",
"solamente jugaba contigo", "no quiero volver a verte",
"no me busques, no me llames", "olvídame", "no te
amo". Estas últimas dos eran las que más me dolían, las que se clavaban en
mi corazón haciéndome un agujero enorme.
Sacudí mi cabeza
para poder sacar de mi mente aquellas palabras. De repente escuché que
pronunciaban mi nombre, abrí los ojos lentamente ya que los había cerrado otra
vez y volteé a ver quién era, la cabeza de mi madre se veía en la puerta,
cuando vio que la observaba entró. Silenciosamente se dirigió hacia la cama y
se sentó a mi lado.
Como ella no rompía
aquel silencio espantoso lo hice yo.
- ¡Hola, mamá! - le
dije observándola.
Mi madre al
escucharme hablar rompió en llanto, primero se tapó la cara y luego me abrazó
fuertemente. Yo no sabía que hacer así que me limite a quedarme quieta hasta
que ella reaccionara. Entre lágrimas escuché como mi madre me decía aún
abrazándome:
- Mi hija, mi niña
que bueno que estás bien - decía sin parar de llorar.
Después de un minuto
se separó de mí, se secó las lágrimas con su manga del suéter, tomó mi mejilla
con sus manos y me sonrió.
- ¡Perdóname, mamá!
- dije tratando de reparar todo lo que había hecho esa semana cuando estaba en
estado como lo llamaba Carlos, de zombi.
- No tengo nada que
perdonarte - contestó acariciándome la mejilla - Lo importante es que todo ya
pasó y que estás bien - dijo con un tono más serio y volteando a ver a la
charola con la comida aún intacta de la cual ya se me había olvidado que seguía
entre mis piernas - Te voy a dejar para que comas a gusto - se levantó - Comete
todo, lo vas a necesitar - se dirigió hacia la puerta diciendo antes de salir -
Descansa mi niña - y cerró la puerta.
Me quedé por un rato
viendo la comida, caldo de pollo y un vaso de refresco era lo que había en la
charola, era lo típico que le daban de comer a los enfermos y yo lo había
estado por una semana. De repente sentí como mi estómago hacía ruidos de cuando
tienes hambre así que me dispuse a comer en silencio sin pensar en nada, cuando
terminé me di cuenta de lo cansada que estaba, coloqué la charola con los
platos ya vacíos en la mesita de noche y me acomodé para dormir esperando que
cuando despertara descubriera que todo era una pesadilla, que nada había
pasado.
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