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Mientras el lobo no está - Capítulo 1

 

Mientras el lobo no está


Capítulo 1

En el bosque oscuro


La oscuridad en el bosque era impenetrable, sólo las personas acostumbradas a ello podrían ver algo a través de la negrura. El aire era frío. El sonido de los búhos se escuchaba a lo lejos. Los árboles se movían al compás del viento.

Una chispa apareció entre la leña de la fogata. Él despertó de repente. Se había quedado dormido quizás por unos cuantos minutos, aquellas personas se le hacían perezosamente aburridas. Los vigilaba desde lo alto de un árbol, mientras lo hacía se entretuvo tallando figuras con la navaja en la corteza de su resguardante en espera del momento indicado para su hazaña.

Únicamente le faltaba ese acto para terminar con su temporada de caza, y por fin podría volver a su humilde hogar. Luego de unas cuantas horas, el fuego moría lentamente y sus invitados entraron a su casa de campaña. Entonces lo supo, era el instante que había ansiado.

Bajó despacio de su refugio. Como todo un experto cazador, caminó con su par de botas sin hacer ningún ruido entre la tierra suelta y las hojas secas. A la pasada tomó un recipiente metálico. Se detuvo a un lado de la tienda y, cuando estuvo listo, arrojó el objeto, el cual chocó estrepitosamente entre los restos de la leña quemada.

Percibió movimiento dentro del camping. Aguardó en la oscuridad. Sujetó su arco y preparó una flecha. Pero después de unos segundos los volvió a guardar, creyó que sería demasiado sencillo si lo hacía de esa manera, necesitaba emoción, adrenalina para disfrutar de la caza.

Observó a un hombre de aproximadamente treinta años asomarse por la entrada de la casa de campaña. El vigilante dio la vuelta rápidamente, ocasionando que su sombra se proyectara en la fina lona de la tienda. El hombre del interior lo alcanzó a ver y salió lentamente de ahí. El acechador a propósito pisó duramente las hojas y las ramas del suelo, quería causar el mayor terror posible a los moradores del camping. Le gustaba sentir el miedo que provocaba a sus víctimas, sabía que para una buena caza era necesario dar ambiente al momento, incitar pavor entre sus presas, caso contrario no sería divertido.

El hombre gritó tratando de averiguar quién era el causante de semejante ruido. Él no contestó, se quedó observando el paisaje que creaba detrás de un arbusto. Su víctima masculina salió por completo de la tienda. El cazador pudo distinguir que en una de sus manos llevaba una navaja, que, aunque parecía de buena calidad, con tan sólo ver que la sujetaba de forma temblorosa, fue suficiente para comprender que nunca la había usado más que para cosas domésticas.

Él se movió en la oscuridad, causando los sonidos más terroríficos posibles. Aspiró el miedo que provocaba al individuo y a su acompañante dentro de la casa de campaña, la cual intentó salir, pero que luego de una señal de su pareja, se quedó en el interior. El cazador tomó nuevamente su arco y fecha, había llegado el tiempo de ponerle más diversión a la ocasión. Apuntó y le disparó a la mano del hombre en la que llevaba la navaja. El grito de dolor de aquel fue música para sus oídos. Entonces todo se volvió en cámara rápida y la persecución empezó.

El hombre corrió desesperadamente entre los árboles, teniendo sólo como guía la luz de la luna. El vigilante con sus ojos acostumbrados al lumbral plata del cielo, iba detrás de su presa. Dejó que su víctima tomara un poco la ventaja, de todos modos, tenía una gran puntería, y los disparos a larga distancia eran su especialidad. De repente su presa cayó al tropezar con una roca. Trató de levantarse lo más rápido posible. Su corazón latía furiosamente, sus piernas le dolían, sus manos y rostro sangraban.

El cazador se detuvo para observar la desesperación de aquel hombre, que se veía como un pobre animal indefenso. Tomó otra vez su arco y apuntó hacia la pierna derecha. Otro grito de dolor retumbó en el silencioso bosque. El hombre se arrastró como pudo, pretendiendo alejarse de su agresor. Él se acercó lentamente a su víctima, era momento de dar el golpe final para volver con su segunda presa, que tal vez aún aguardaba en el camping.

La víctima escuchó unos pasos a su espalda. Intentó no voltear. El dolor lo hacía agonizar, su vista se nublaba debido a la pérdida de sangre. En seguida sintió a alguien detrás de él. Supuso que era su final. Su último pensamiento lo dedicó a la casa de campaña que había dejado atrás. Con la poca fuerza que le quedaba, se dio vuelta para ver a la cara a su homicida, sin embargo, sólo pudo mirar una silueta negra que lo apuntaba con un arco, y una flecha que atravesó su corazón, le puso punto final a su trágica noche.

El cazador vio cómo su presa moría al instante. Luego de unos cuantos minutos, agarró la flecha que acababa de dar muerte a su víctima, y regresó de entre sus pasos, con rumbo hacia el campamento.

Al llegar ahí, comprendió que no era necesario sembrar miedo a su víctima femenina, puesto que ya se encontraba totalmente atemorizada. La mujer escuchó sus pasos y gritó al viento, esperando que fuera su esposo, no obstante, nadie le dio una respuesta. Ella salió del camping y miró a todas partes. Cada ruido proveniente del bosque la asustaba. Su cazador la miraba desde la distancia. Él comenzó a acercarse lentamente, dejando que sus pasos anunciaran a su presa el inminente encuentro.

La mujer trató, sin mucho éxito, distinguir de dónde provenían aquellos pasos. No fue hasta que estuvo tan cerca de esta que pudo ver reflejado su figura por la poca iluminación de la casi extinta fogata. Su verdugo estuvo listo para que empezara de nuevo la carrera, a pesar de ello, la víctima no se movió, solamente sollozaba y temblaba fuertemente. Él enarcó la ceja, ¿por qué ella le estaba quitando la diversión a la escena? Pudo escuchar que a lo bajo decía unas palabras, las cuales no entendió.

Intentó hacer que se moviera de su lugar, aun así, no lo logró. El cazador suspiró furiosamente, su última caza estaba resultando todo un fracaso. Molesto, acomodó su arco y la flecha, y sin más, le disparó en la frente. Su segunda víctima cayó al suelo como un costal de patatas.

Guardó sus cosas con cuidado conteniendo su ira. Su temporada de caza había empezado de maravilla con un grupo de jóvenes inexpertos que le dieron horas de diversión, y ahora culminaba con una tonta y patética mujer que no quiso alejarse del campamento.      

Se acercó al cadáver. Observó el rostro de terror de la mujer. Puso los ojos en blanco y arrancó la flecha de su frente. Se sentó alrededor de la fogata para limpiar sus flechas. No se molestaría en ocultar los cuerpos, ni en desbaratar la tienda, sabía que los animales del bosque lo harían por él, acabarían con todos los rastros que pudiera haber dejado en el camino, como siempre ocurría.

Sacó un termo de la mochila y bebió el líquido de su interior. El whisky calentó un poco su garganta. Se quedaría en ese sitio a terminarse el alcohol que traía, y observaría la obra de arte que había creado. Tardó varias horas limpiando meticulosamente sus flechas. Su arco era de sus posesiones más valiosas, lo cuidaba como si fuera parte fundamental de él.

Estaba tan entretenido en su labor, que no se percató del movimiento dentro de la casa de campaña, hasta que escuchó una voz detrás de él.      

- ¿Mamá?

Él volteó confundido al lugar de dónde provenía. Una niña de aproximadamente nueve años, pequeña, delgada, rubia, se encontraba en la puerta del camping.

-¿Mamá? - repitió la pequeña.

El cazador se quedó atónito. ¿Cómo pudo habérsele pasado aquel gran detalle? No había visto señales de una menor entre las víctimas, aunque ahora comprendía varias cosas. Durante su vigilancia pudo ver que la pareja no salía junta del campamento, siempre se quedaba alguno de los dos, y era la mujer la que resguardaba el camping. Había pensado que se debía a que, como siempre, las mujeres no estaban acostumbradas a un espacio tan rústico como el bosque. El segundo dato fue que ya sabía por qué la mujer no corrió lejos de la casa de campaña, no quería dejar a su hija sola.

Pero ¿por qué nunca había visto a la niña? No se acordaba verla salir de la tienda. La observó detenidamente, su tez pálida, el montón de ropa que llevaba puesta y la tos que tenía daban a insinuar que se encontraba enferma. Quizás luego de llegar al bosque, ella había presentado fiebre y por eso no salía de su refugio.

La siguió mirando desde la oscuridad. La criatura miraba a todos lados asustada, llamando a su madre una y otra vez, sin saber que esta yacía muerta a unos cuantos metros de ella. El cazador pensó qué es lo que debía hacer con el cabo suelto. Sabía que sería una víctima sencilla, sólo bastaba dispararle desde la distancia en la que se hallaba para acabar con el problema.  

- No, sólo tienes una regla - escuchó una voz en su interior - Sólo existe una sola regla. No niños.

Cerró los ojos. ¿Ahora qué iba hacer? Siempre evitaba a las parejas o a los grupos con niños por lo mismo. Desgraciadamente esta vez su elección no había funcionado. Cometió un grave error y debía remediarlo. Comprendía que no podía llevarla y abandonarla en el pueblo más cercano, porque entonces comenzarían a indagar sobre ella, y sus crímenes saldrían a la luz. Pero tampoco podía matarla.

Se levantó. La niña pudo escucharlo, y sus miradas se cruzaron. Debía de alejarse lo más pronto posible de ahí. Comenzó a caminar. La pequeña lo siguió y esta tropezó con el cadáver de su madre. Él se quedó observando aquella escena. Miró a la niña con curiosidad, quien comenzó a sollozar despacio. El hombre esperó a que el caos empezara, que los gritos y el llanto resonaran por el bosque, sin embargo, eso jamás ocurrió.

El cazador no entendía lo que pasaba. La criatura seguía de rodillas mirando el cuerpo inerte de su madre, sin hacer ningún ruido. Él pensó que quizás por su corta edad no comprendía realmente la situación. Tal vez aun no alcanzaba a entender lo que significaba la muerte.

- Ese no es tu problema - le replicó una voz en su interior.

Dio media vuelta y se alejó del campamento. Había decidido dejarla ahí sola, y que el clima o los animales hicieran el resto. A pesar de ello, existía algo en su mente que no lo dejaba en paz. Un recuerdo doloroso hizo que se detuviera.

- No puedes dejarla ahí - le recriminó otra voz en su cabeza - Sabes lo que les ocurre a los niños en el bosque. No repitas la historia.

Sin muchas ganas deshizo su camino hasta volver a la escena de su crimen. Ahí la niña permanecía en la misma posición en la que la había dejado. Se acercó a ella, y se detuvo a una distancia considerable, lo suficiente para que pudiera verlo. La pequeña sintió su presencia y lo volteó a ver. Duraron unos cuantos segundos en silencio mirándose el uno al otro. De repente, él le dio la espalda y empezó a caminar. Sin palabra alguna, la criatura entendió lo que debía de hacer. Sin decir nada de nuevo, se levantó del suelo, dio un último vistazo a su madre y abrazando a su pequeño amigo, un oso de peluche siguió a aquel extraño para internarse en la más profunda oscuridad del bosque.  

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