"Entre las paredes el granero"
Domingo, 19 de enero de 2025
"El camino empezaba a ser más difícil de lo que había pensado. Dorothea se sentía cansada por el trayecto. Llevaba ya varios días recorriendo el camino amarillo. Sabía desde el principio que su viaje no sería nada fácil, aun así, comenzaba a cansarse. Entendía que debía de parar a descansar un rato, a pesar de ello, a su alrededor no veía nada más que hierba y terreno vacío.
A lo lejos pudo divisar un campo de maíz. Suspiró aliviada. Aceleró su paso. Esperaba que detrás de aquella milpa pudiera encontrar un granero en donde poder refugiarse. El sol del día y el frío de la noche la habían atormentado durante los días que llevaba de viaje.
Sonrió con desesperación cuando por fin pudo ver la construcción. Se metió entre el maíz. Sus pies le dolían con cada paso que daba. Aunque eso le servía para ahogar un poco, el dolor agonizante que llevaba en su alma.
Cuando llegó a las puertas del granero revisó a todos lados. Se puso nerviosa. A simple vista no se observaba nadie ahí a quien pedirle permiso para entrar. No supo qué hacer por varios minutos. No era correcto ingresar de esa manera, no obstante, el sol empezaba a esconderse y debía de tomar la decisión de una vez por todas.
Pidiendo perdón al cielo por lo que iba a hacer, se adentró en el edificio. Encontró en la entrada el interruptor de la luz. Silencio es lo único que pudo escuchar en el interior. Se acercó al montón de paja que estaba a su lado derecho. Tomó asiento, sacó sus alimentos y agua. Comió en completa soledad. Aquello no le era extraño, ya se había acostumbrado a esa situación desde el día en que su corazón se rompió.
Movió la cabeza a los lados para alejar ese recuerdo doloroso. Suspiró hondo. Sola y vacía, así es como se sentía desde hacía mucho tiempo. El calor del granero hizo que sus ojos comenzaran a cerrarse. Dorothea se acomodó entre la paja para dormir.
Un ruido extraño la despertó de golpe. Miró a todos lados. Agudizó su oído. Sollozos. Comprendió que no estaba completamente sola en ese lugar. Por un momento le dio miedo. Se quedó paralizada, pensó unos segundos en lo que debía de hacer, quizás tenía que salir de ahí. Sin embargo, aquel llanto le hizo sentir lástima. Se levantó y caminó lentamente hacia el punto en donde provenía el sonido.
Al fondo del granero, escondida entre los costales de trigo, encontró a una pequeña. Se acercó a ella. La niña al percatarse de su presencia trató de alejarse de la chica. Dorothea tranquilamente se presentó y con dulzura le preguntó su nombre. La pequeña la miró con extrañeza, no obstante, había algo en esa mujer que le dio confianza.
En voz baja le contestó que su nombre era Sofía. Dorothea se sentó a su lado, y como si fueran viejas amigas, le acarició la cabeza. La criatura se acurrucó en los brazos de la mujer. Entonces debido a la confianza que se sentían las dos, comenzaron a charlar.
Sofía le contó a Dorothea que la razón por la que estaba llorando en el granero era porque se escondía de su familia. La chica se enteró entonces de la triste historia de la niña. La pequeña era la menor de cinco hermanos, y la única mujer en casa. El granero en el que estaban pertenecía a su padre, quien vivía a unos metros atrás de ahí. Su madre había fallecido cuando ella tan sólo tenía unos años de vida. Desde entonces se sentía sola. Aunque vivía en una familia numerosa, sentía que no tenía un lugar entre ellos, por el simple hecho de ser mujer. A partir de unos pocos años atrás, la habían hecho sentir que era diferente a todos. Sus hermanos se burlaban de ella porque consideraban que era bonita, pero bastante tonta.
Por años trató de convencerlos de lo contrario, a pesar de ello, siempre fallaba en su objetivo. Hasta que comenzó a pensar que realmente le hacía falta inteligencia. Su familia le había hecho creer que su cabeza en vez de contener un cerebro estaba vacío.
Dorothea comprendió el sentimiento de la niña. Ella había escapado de un sitio en el que también se sentía ajena. Para calmarla un poco, le contó su historia y el motivo que la llevaba a transitar por el camino amarillo.
Los ojos de la pequeña se iluminaron de pronto. Miró a su nueva amiga con ilusión. Al igual que a ella, también le faltaba algo. En ese momento tomó una gran decisión. La acompañaría a Ciudad Escarlata para que el mago le concediera un cerebro con el qué pensar. Así ya no sería objeto de burla en su familia. Dorothea no estaba muy de acuerdo con su propuesta. Aun así, al final aceptó. Al día siguiente, en cuanto saliera el sol, emprenderían su viaje por el camino amarillo en busca de aquello que les faltaba y que pensaban que les era necesario para vivir."
N.
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